No faltaban
antecedentes ni referencias directas pero, en su cerril planteamiento, Mourinho
pareció no haber aprendido de sus dos fallidos enfrentamientos en fase de grupos ni del saber hacer de un Málaga que un mal último suspiro dejó injustamente
fuera de la competición en el mismo escenario de la comparecencia.
Comenzada
la función, los alemanes cargaron todas las intenciones sobre el flanco derecho
madridista y a los ocho minutos eran los dueños de un partido en el que el
Madrid todavía se anda buscando. El Dortmund, en lo que restó de primera parte,
regaló el balón y se quedó con el fútbol. Sólo una insensatez de Hummels antes del descanso, aunque imperial el resto del encuentro, impidió que los teutones se llevasen al
vestuario también el resultado. El Madrid no saldría de la caseta.
Tras la reanudación llegó el vendaval alemán. Pocas palabras describirán realmente lo que hicieron como equipo. Definirlo sería limitarlo y lo del Borussia fue inmenso. En una exhibición coral irrepetible, los
alemanes legaron un partido para la historia guiados por el verso libre de Gundogan.
El baile y el encanto del gesto del turcoalemán sólo pasó desapercibido para
los jugadores visitantes, que no lo vieron en toda la noche. Aún así, sería
injusto valorar un solo jugador borussier por encima del resto. La importancia
de los laterales, corredores incansables de fondo, imperecederos en las ayudas.
O el empuje de Kuba Blaszczykowski, todo corazón, que limpió el campo de arriba
abajo.
Los de arriba, inconmesurables en su baile, brindaron una genial exhibición de constante movilidad y juego de posición. Como si de
una máquina de escribir se tratase, se sucedían pases, al primer toque y de
todos los colores al ritmo que escribían el partido en la historia. Clic, clic,
clic…cuatro paredes y tres carreras bastaban para romperlo todo. Sólo golpeando
teclas, como decía en la película William Forrester, lo de pensar vendría
después. La puntilla la puso Lewandowski. Con sus cuatro goles ahora en el
olimpo de la competición. El tercero, una obra de arte, un desplante insolente que
bién vale ser la estampa del año en Europa.
La obra del
Dortmund simboliza el trabajo prolijo de Klopp. Aunque una regla prudente y
conocida en estas lides es la de no menospreciar a los rivales, y menos aún a
éste; el resultado casi certifica un pase a la final soñada con el emperador
vecino. Desclasado, como el resto de tudescos en su campeonato, y con sus
estrellas en el punto de mira mediático, lo que vimos la noche del miércoles
bién merece ese premio. Y es que a día de hoy, este deporte se escribe en alemán. Fußball.