Argentina tiene pie y medio fuera de la
Copa del Mundo tras la decepcionante derrota de anoche ante Croacia. En una
primera parte bastante igualada, Enzo Pérez nos volvió a regalar otro fallo de
los que claman al cielo al errar un disparo a portería vacía. Una acción para
sumar a la lista de calamidades erradas en momentos clave: los fallos de Higuaín
y Palacio en la final de 2014 y las cargadas del propio Higuaín en las finales
de la CA 2015 y 2016. Ya en la segunda, la tropelía de Willy Caballero
sentenció a un seleccionado que aterrizó en Rusia con la espada de Damocles
sobre su cabeza.
Pero la situación de la albiceleste no
se explica con un partido, dos o tres. Se explica entendiendo un contexto y
analizando una situación que viene de largo.
Es imposible explicar la relación de
Messi, la albiceleste y Argentina como país (con la idiosincrasia del
aficionado más exigente, pasional e ilógico del mundo) de una sentada; pero sí
contextualizarla. Messi ha cargado con el peso de un Maradona al que el
aficionado otorgó halo de individualismo en la victoria que nunca existió. Messi nunca, nunca podría haber igualado a Maradona aunque
hubiera ganado todos los mundiales y CA posibles. ¿Por qué? Pues porque la historia
de Maradona tiene todos los ingredientes de la mejor novela posible. Cuenta con
el romanticismo y la épica de lo que se dio en el momento y lugar exacto. Maradona fue una de las personalidades del
siglo XX, un político vestido de futbolista. Maradona no se entiende sin un
video en sepia dándole toques a un balón de mierda mientras su hermano dice que
es un marciano. Sin la fotogenia del pelo afro y el pecho afuera. Sin la
historia de superación del pibe que salió de una villa miseria y triunfó en uno
de los grandes de Bs As antes de marcharse a Europa. Sin la doble venganza ante
los ingleses con todo un país recordando a los muertos en las Malvinas: el
mejor gol de la historia y una pillería aderezada con una frase a la altura de la
gesta, “la mano de Dios”. No se entiende sin su paso por Nápoles, la ciudad más
argento de Europa, con sus scudettos, su copa uefa y la liga que amañó con la
camorra. Su relación con el clan Giuliano, los camorristas más poderosos del centro
histórico de Forcella. Sin su caída al inframundo de las drogas. No se entiende
sin su insulto a todo un estadio por pitar el himno de su país. Sin un
entorno y representantes que lo exprimieron hasta decir basta. Sin su relación con
los líderes socialistas sudamericanos. Sin su rebeldía y autoridad para ser la
voz de las personas sin voz y enfrentarse al que hiciera falta. Es la historia
del que conquistó el mundo desde un villorrio de Buenos Aires. Y esa historia
es un relato irrepetible donde millones de argentinos se identifican y fascinan
con ella. Messi, sin embargo, es un “chamuyo”, un murmullo sin eco que escuchan
desde la lejanía. Un pibe que emigró antes de asimilar una cultura que no
permiten que sea suya. Una estrella europea que cada par de meses viene del
primer mundo al cono sur para representar a los que no quieren que les
represente un extraño. El hincha argentino hizo suyos todos los logros de
Maradona. Ante Messi, sin embargo, la inmensa mayoría sintió rechazo hasta 2013.
Sin embargo, la historia de Leo con la
albiceleste es resiliencia pura. Una historia de caer y levantarse. De aprender
a sobrellevar el fracaso. De convivir con la derrota y volver para llegar cada
vez más lejos. En Brasil, Messi llegó con 13 lesiones musculares en 15 meses y
el peor estado de forma de su carrera. Aun así, Alejandro Sabella reseteó
mentalmente a la generación del oro olímpico. Argentina aterrizó en Río de
Janeiro siendo un bloque compacto y seguro. Un colectivo que resistió a la
lesión de Di María, la fatalidad del Kun y que perdió una final en la prórroga
tras perdonar dos ocasiones imperdonables. Partido donde Messi, por cierto,
jugó una muy buena final. Lo mataron. En 2015, Argentina perdió la final en
penales contra Chile, final que el 10 jugó mal. Lo mataron otra vez. En 2016,
tras una CA espectacular, y una final donde jugó uno de
sus mejores partidos con el combinado (esta vez con 10 por expulsión de Rojo), volvieron a perder en penales. Y lo volvieron a matar. Esta vez, renunció: “Se terminó para mí la selección. No es para mí. Lamentablemente lo
busqué, era lo que más deseaba y no se dio”. La Argentina sin Messi
quedó a un paso de perderse el mundial en el clasificatorio. 7 puntos de 28.
Volvío el 10, la clasificó y aterrizó en Rusia. Pero la selección había cambiado.
Fin de ciclo.
David León, aficionado, analista y estudioso
del virtuoso ciclo argentino de la última década, apunta con bastante acierto
que éste acabó en la final de la CA 2016. Que el grupo está muerto
psicológicamente y vive una situación de bloqueo mental que sumado a la extrema
exigencia del hincha argentino los asfixia y ahoga. Que Argentina no es una
selección con sus jugadores, historia y contexto, es un grupo de personas que
sufren. Y yo lo veo así. Fue a más, y antes de Rusia escribió: “Tarde o temprano, como es normal, llegará un
error de Higuaín en el Mundial, un momento de auténtica dificultad para
Argentina. Un gol abajo, algo. Y entonces será muy difícil que este grupo tan
castigado pueda lidiar con la tensión y no explote.” A todos nos
viene a la cabeza el error de Caballero y nos encajan las piezas. Las piezas
del puzzle que a muchos les cuesta comprender.
Volviendo a la noche de ayer, vemos que
hay dos partidos. Un antes y un después de la pifia de Caballero. Argentina,
que era un Frankenstein al que había Messi recompuesto una y mil veces, estalló
a ojos de todo el mundo. Estalló por todo lo que ha venido pasando y se ha
venido diciendo. Estalló porque, pese a todo lo relatado y vivido, no encontró
en Sampaoli el oasis que venía buscando. Quizás lo tuvo en Martino, pero la AFA,
que desde la muerte de Grondona es un desgobierno a manos de Tapia y Angelici (horteras
con pintas de proxenetas que han terminado de rematar una estructura ya
deteriorada) lo sacaron por Bauzá. Y a éste por Sampaoli. Y el pelado no ha
podido lidiar con la presión. No gestionó el grupo. Traicionó sus convicciones
y, alegando que aspiraba a constituir un grupo más técnico para rodear a Messi
de gente capaz de devolverle un balón, alineó a los más rocosos. No fue capaz de sentar a un arquero sin un ápice de grandeza que había debutado con el seleccionado en marzo pese a que todo el mundo le pedía a Armani. Insultó, víctima
de la impotencia, a un jugador croata; proyectando sobre sus jugadores un clima
de inseguridad y desespero. Sampaoli ha sido todo lo contrario no ya a la
solución de un problema en concreto, sino a un simple parcheo. Ni una fisura tapó
en un barco que tenía mil fugas y estaba partido en dos. Guardiola dio en 2011, tras ganar la Copa de Europa, la clave de Messi: hacerle feliz, rodearle bien. Que se divirtiese. Argentina nunca ha sabido crearse ese ecosistema y ha rendido. En el Barcelona se lo están desmantelando poco a poco. La noche de Messi, ante Modric y Rakitic, ante sus compañeros, solo como nunca, evidenció un 10 agotado, aburrido, cariacontecido, desanimado. Un 10 aburrido de tenerlo que hacer todo él. Todo es todo. Messi nunca ha pedido más a sus compañeros. Lo que no se entiende, es que sus compañeros cada vez le den menos. La acción de Caballero no es un fallo, no es un descuido. Es una falta de respeto al trabajo, una desconsideración, una falta de concentración imperdonable. Un no saber donde estás. El fallo de Caballero fue el detonante de anoche. Pero a Caballero lo puso el que lo puso.
Quizás la historia de Messi con
Argentina es algo que no puede salir bien. Quizás la vida, que es sufrimiento, no
permite a Messi un respiro con su selección para recordarnos a todos que es
mortal. Quizás, de todos los jugadores de fútbol de la historia, no haya otro
que se merezca más este premio que él. Pero él, que ya ganó todo a nivel de clubs y lo demostró
mil veces, no pueda ganarlo por más que lo intente. Quizás no tenga mayor
explicación: “no se dio”, dijo él
mismo. No importa que Pelé ganase un mundial con 18 años despojándose de toda
presión. No importa que a Maradona le metieran en el 86 Burruchaga y Valdano
las que no le metieron Palacio e Higuaín en 2014. Nada de esto importa. La historia de
Messi con Argentina podría haber sido muy diferente de haber ganado en Maracaná.
Messi muy probablemente tendría un mundial y dos copas América. Sin embargo,
nunca iba a poder igualar a Maradona en el imaginario colectivo argentino
porque a la historia de Messi le faltaba relato. No importa. Lo que sí cuenta
es que Messi, con una selección donde los jugadores se despojan del nivel y
prestigio con el que cuentan en sus clubes y cargan con una presión extrema
sobre sus hombros, estuvo a una prórroga y dos tantas de penales de igualar la
gesta de la selección española 2008-2012. Mundial y dos trofeos continentales.
Sin Xavi, sin Iniesta, sin Villa, sin Ramos, sin Piqué. Sin Casillas. Sin
Alonso. Messi, casi solo, ha rozado la gloria de la mayor machada de la
historia de las selecciones. Ha hecho algo que no ha hecho nadie. Por eso la
historia de Messi con Argentina es una hazaña que supera con creces la gesta de
Messi en Barcelona. Club que ha pasado de una Copa de Europa a cinco y es hoy
día el equipo con más títulos del mundo gracias a él. La vida, sin embargo, no
ha querido premiar esta hazaña para recordarnos, ni más ni menos, que el mundo
no es perfecto.