jueves, 24 de marzo de 2016

Un último esfuerzo

“Yo les decía: muchachos, cuidado… porque este es el momento más peligroso, en este momento vos estás a cuatro fechas después de haber remado todo lo que remaste y crees, que por lo que remaste, el campeonato se te va a caer naturalmente…Y estén seguros que va a venir un árbol en medio de la rueda que te va a atrancar […] Hay una tensión añadida que te hace pensar en todo lo que te va a pasar a partir de, que en ganarlo […] Son las piernas. Las piernas, cuando no estás acostumbrado a ganar, empiezan a tener peso y empiezan a bloquearte, y uno no sabe por qué, pero no puede jugar”. -Diego Pablo Simeone.

Esto comentaba el genial  entrenador argentino durante un asado grabado para un programa televisivo a coalición del final de temporada de 2014, cuando los colchoneros se la jugaron a una carta en el Camp Nou. En una trepidante final en la que se dejaron por el camino a Lisboa a sus dos mejores jugadores, Simeone relataba así el estado anímico y emocional al que se enfrentaron unos jugadores que NO estaban acostumbrados a ganar. 

Últimamente la magia del fútbol nos está regalando equipos tan memorables como efímeros que realizan temporadas increíbles pero que, tristemente, les acaban pesando las piernas y mueren en la orilla. Le pasó al Athletic de Bielsa, que dejó una eliminatoria para el recuerdo contra el penúltimo United de Ferguson y llegó a dos finales (Uefa y copa) en las que fueron arrollados precisamente por los dos equipos mencionados anteriormente. Lo vivimos, un año más tarde, con un Borussia que venía enamorando desde finales de 2010 y rozó la gloria en la final de la Champions 2013 contra el Bayern. El equipo más divertido de los últimos años siempre será recordado por la semifinal contra el último Madrid de Mourinho, donde les pasaron literalmente por encima. Un año después vivimos la temporada de un Liverpool al que un infortunado resbalón de Gerrard les privó de la gloria con la que casi le alcanza con el corazón de Luisito y la capitanía, ahí quedó el emocionante video ("...next week we go norwich, exactly the same") de la arenga a sus compañeros de un Steven en la postrimerías de su carrera. Y también aquel vibrante año, la misma Argentina de Messi (con Mascherano de segunda figura, Mascherano, ojo) tuvo la final del mundial en los pies del cojo de Higuaín y el inútil de “Palacio era por abajo”; y sólo la suerte del campeón agarró la mano de unos alemanes que metieron la única que tuvieron con un equipo plagado de estrellas.

Bien nos valdría a todos, y al fútbol en general, que el Leicester de Ranieri, Ranieri sí…ganase la Premier. Contrataron al italiano a pocos días del inicio de una temporada que comenzó despidiendo el equipo a sus tres mejores jugadores por un escándalo de prostitución a mitad de la pretemporada veraniega y lo armó Claudio entregándoselo a Majara Mahrez, Vardy y Kanté. Con cinco puntos de ventaja sobre el segundo clasificado y a falta de siete jornadas, sólo ellos pueden perder una liga justo un año después de ir colistas el año de su ascenso a la primera división británica. Nunca vio el fútbol semejante machada y, mucho menos, con la dificultad que supone hacerlo en un fútbol hiperprofesionalizado 20 años después de la Ley Bosman, donde las diferencias económicas crean fronteras casi infranqueables. Ni la hazaña de Lazio de las pistolas (1974), el Hellas Verona (1985), el Napoli de Maradona (1987) o el Madrid de Mourinho (2012) sería equiparable al quilombo que sería ver campeón al Leicester de Claudio. Por lo pronto, llevan tres partidos ganando 1-0 en lo que parece bendecidos por "la suerte del campeón". Ojalá, por el bién del fútbol, que no les tiemblen las piernas. Estamos todos con ellos. 



Google Analytics Alternative