FC Barcelona
5-1 Codere CF. Liga, jornada 10.
Continúa la década prodigiosa. Aquella
que, cabalgando a lomos de un prodigioso Messi, ha convertido al Barcelona no
ya en un equipo de leyenda, sino en el mejor. Da igual quién lo acompañe, si
los fabulosos xaviniestas, brillantes minigenios que brillaban en las noches
más oscuras, o secundarios de nivel como el recién descubierto Arthur Melo.
Aunque, visto lo del domingo, parece que, ante el eterno rival, al Barsa le da
igual la ausencia del 10, demostrando que es perfectamente capaz de capitalizar
su baja ante cualquier escenario.
En la década prodigiosa no sólo ha sido
el Barcelona el equipo que más títulos ha cosechado, sino que, en un acontecimiento
sin precedentes, ha venido recogiendo una serie de humillaciones constantes al
eterno rival. Y no precisamente en una época en la que éste se encontraba en
horas bajas, lo ha venido haciendo en una época en la que los mismos, sin cruzarse
nunca con nosotros, levantaron 4 de 5 Copasdeuropa. Recapitulando, al Cártel de Chamartín le clavó Guardiola un 2-6 en 2009 y un 5-0 en 2010. Con el Tata Martino, un
doloroso 3-4 en 2014, el vertiginoso Lucho Enríquez se dio el gusto con un 0-4
en el Bernabéu una fresca tarde en la que el 10 no salió de inicio, Valverde se estrenó con
un bochornoso 0-3 en un frío mediodía de la víspera de navidad y este domingo maduraron al Madrid con un 5-1 tras las ausencias de Fracasinho, Iniesta y el 10. Estos monstruitos del otro lado del puente aéreo tienen un
promedio fantástico, inigualable, colosal. Se llevan a casa una
humillación cada 2 años de media. Un hito sin precedentes. Y lo que es mejor, en
el mismo periodo, el Codere CF no fue capaz de ganar un partido por más de dos
goles.
Decía el Niño Rata en zona mixta que
estas humillaciones al eterno rival le producían un goce similar a levantar la Champions League. No será aquí donde se cuestionen los sentimientos
de nuestro carretilla particular, aquel que sube y baja la banda sin virar un
solo ángulo. Pero sí hemos de romper una lanza a su favor dada la sorna que ha
levantado en la capital, donde coexisten seres tan extraños
que hasta cuando les han dejado el orto como la fosa de las marianas tienen
ganas de bromear.
Reconociendo que este espacio es el
último lugar donde encontrar algo de sabiduría en cuanto a psicología deportiva
se refiere, vamos a intentar explicar un razonamiento asuminble para todos los
públicos, incluidos madridistas. Venía a decir Rafa Nadal, grandísimo tenista, hábil
amigo de las monarquías saudíes pero menos ducho en cuestiones de evasión
fiscal e ídolo de esa España profunda que confunde hitos en deportes
individuales como méritos propios que, hoy día, tanto las victorias como las
derrotas tenían menos impacto que antaño. Que las dinámicas del mundo moderno, el
torrente de (des)información, el consumo rápido y la falta
generalizada de un mínimo reposo analítico mantenían las cosas en un continuo
movimiento donde, para bien o para mal, todo se olvidada en cuanto surgía
alguna novedad. Ejemplificaba su razonamiento comparando el histórico
Maracanazo y el impacto que había tenido en el colectivo brasileño de mitad del
siglo pasado, con la dolorosa pero efímera derrota por 7-1 de los brasileros
ante Alemania en Belo Horizonte. Y es que, tan cierto es que la machada de 1950
ahogó durante décadas la alegría de un pueblo proclive al
jolgorio como el brasileño, que incluso relegó al ostracismo social a Moacir
Barbosa; como que de la minitragedia del
Mineirao no se tomaron rehenes. Ni siquiera el ínclito Marcelo, con sus pintas
dolientes, ese andar torpe y estética lamentable que maneja sufrió daño
moral alguno apareciendo en todas las fotos y siendo total merecedor del mayor
de los destierros. Tras la machada de los alemanes, el foco se centró en el fichaje de Luisito por el Barcelona y en la vergonzosa sanción de la FIFA. El disgusto duró poco.
En tal caso, hay que resignarse o
disfrutar -cada uno elegirá- de estos tiempos de alegrías puntuales. Para los clubes con las vitrinas llenas, estos momentos llenan igual
que los títulos. Y es que, de seguro, el Barcelona celebró más una humillación al eterno
rival una soleada mañana de la navidad de 2017 que la consecución de (otra)
liga en el campo del Deportivo. Como también celebró como nunca una remontada por 6-1
contra la dictadura Catarí (aliada del mal nuñista) y no tanto una Copaduropa
en 2015. Porque las probabilidades de la repetición de un hito también influyen
en el regocijo. Probablemente nunca remontemos otro 4-0 pero sí ganaremos alguna que otra CL. Y es que, pese a que en esta década, como ya hemos comentado, el
Barcelona ha hecho de la excepcionalidad casi una rutina, las vejaciones al rival se disfrutan más porque vienen aderezadas del sufrimiento ajeno, verdadero germen del regocijo propio en las personas que presuponen una cierta altura moral.
Esto, que no es más que un simple
razonamiento, será más o menos compartido por la medianía del aficionado medio.
Sin embargo, existe una verdad absoluta en todo este asunto. La única verdad,
intangible e innegable, es que la última situación similar que se produjo en
sentido opuesto acaeció hace ya casi un cuarto de siglo. Por lo tanto, es
imposible que cualquier madridista de dios, tenga las privameras que tenga,
sepa qué se siente en estos casos. Porque, o bien ni lo ha vivido, o lo vivió
hace tanto tiempo que ya no sabe lo que es. Y no estamos aquí para
recordarle a nadie que el mundo es un lugar injusto donde las suertes no se reparten con homogeneidad y democracia. A cada cual le toca lo
que le toca. Y si el mundo lo que te ofrece es cargar con semejante bochorno con la misma frecuencia que se celebra la bienal de Venecia, tendrás que
agachar la cabeza cuando le pongan un micrófono delante al infeliz de nuestro
querido Niño Rata. Porque lo contrario no lo conoces. Ni tienes idea ni estás cerca de tenerla.
XI: Ter Stegen; Roberto, Piqué, Lenglet, Jordi Alba;
Busquets, Rakitic, Arthur; Coutinho, Suárez, Rafinha.
Goles: Coutinho, Suárez, Suárez, Suárez, Arturo Vidal.