miércoles, 31 de octubre de 2018

Qué se siente


FC Barcelona 5-1 Codere CF. Liga, jornada 10.


Continúa la década prodigiosa. Aquella que, cabalgando a lomos de un prodigioso Messi, ha convertido al Barcelona no ya en un equipo de leyenda, sino en el mejor. Da igual quién lo acompañe, si los fabulosos xaviniestas, brillantes minigenios que brillaban en las noches más oscuras, o secundarios de nivel como el recién descubierto Arthur Melo. Aunque, visto lo del domingo, parece que, ante el eterno rival, al Barsa le da igual la ausencia del 10, demostrando que es perfectamente capaz de capitalizar su baja ante cualquier escenario.

En la década prodigiosa no sólo ha sido el Barcelona el equipo que más títulos ha cosechado, sino que, en un acontecimiento sin precedentes, ha venido recogiendo una serie de humillaciones constantes al eterno rival. Y no precisamente en una época en la que éste se encontraba en horas bajas, lo ha venido haciendo en una época en la que los mismos, sin cruzarse nunca con nosotros, levantaron 4 de 5 Copasdeuropa. Recapitulando, al Cártel de Chamartín le clavó Guardiola un 2-6 en 2009 y un 5-0 en 2010. Con el Tata Martino, un doloroso 3-4 en 2014, el vertiginoso Lucho Enríquez se dio el gusto con un 0-4 en el Bernabéu una fresca tarde en la que el 10 no salió de inicio, Valverde se estrenó con un bochornoso 0-3 en un frío mediodía de la víspera de navidad y este domingo maduraron al Madrid con un 5-1 tras las ausencias de Fracasinho, Iniesta y el 10. Estos monstruitos del otro lado del puente aéreo tienen un promedio fantástico, inigualable, colosal. Se llevan a casa una humillación cada 2 años de media. Un hito sin precedentes. Y lo que es mejor, en el mismo periodo, el Codere CF no fue capaz de ganar un partido por más de dos goles.

Decía el Niño Rata en zona mixta que estas humillaciones al eterno rival le producían un goce similar a levantar la Champions League. No será aquí donde se cuestionen los sentimientos de nuestro carretilla particular, aquel que sube y baja la banda sin virar un solo ángulo. Pero sí hemos de romper una lanza a su favor dada la sorna que ha levantado en la capital, donde coexisten seres tan extraños que hasta cuando les han dejado el orto como la fosa de las marianas tienen ganas de bromear.

Reconociendo que este espacio es el último lugar donde encontrar algo de sabiduría en cuanto a psicología deportiva se refiere, vamos a intentar explicar un razonamiento asuminble para todos los públicos, incluidos madridistas. Venía a decir Rafa Nadal, grandísimo tenista, hábil amigo de las monarquías saudíes pero menos ducho en cuestiones de evasión fiscal e ídolo de esa España profunda que confunde hitos en deportes individuales como méritos propios que, hoy día, tanto las victorias como las derrotas tenían menos impacto que antaño. Que las dinámicas del mundo moderno, el torrente de (des)información, el consumo rápido y la falta generalizada de un mínimo reposo analítico mantenían las cosas en un continuo movimiento donde, para bien o para mal, todo se olvidada en cuanto surgía alguna novedad. Ejemplificaba su razonamiento comparando el histórico Maracanazo y el impacto que había tenido en el colectivo brasileño de mitad del siglo pasado, con la dolorosa pero efímera derrota por 7-1 de los brasileros ante Alemania en Belo Horizonte. Y es que, tan cierto es que la machada de 1950 ahogó durante décadas la alegría de un pueblo proclive al jolgorio como el brasileño, que incluso relegó al ostracismo social a Moacir Barbosa; como que de la minitragedia del Mineirao no se tomaron rehenes. Ni siquiera el ínclito Marcelo, con sus pintas dolientes, ese andar torpe y estética lamentable que maneja sufrió daño moral alguno apareciendo en todas las fotos y siendo total merecedor del mayor de los destierros. Tras la machada de los alemanes, el foco se centró en el fichaje de Luisito por el Barcelona y en la vergonzosa sanción de la FIFA. El disgusto duró poco. 

En tal caso, hay que resignarse o disfrutar -cada uno elegirá- de estos tiempos de alegrías puntuales. Para los clubes con las vitrinas llenas, estos momentos llenan igual que los títulos. Y es que, de seguro, el Barcelona celebró más una humillación al eterno rival una soleada mañana de la navidad de 2017 que la consecución de (otra) liga en el campo del Deportivo. Como también celebró como nunca una remontada por 6-1 contra la dictadura Catarí (aliada del mal nuñista) y no tanto una Copaduropa en 2015. Porque las probabilidades de la repetición de un hito también influyen en el regocijo. Probablemente nunca remontemos otro 4-0 pero sí ganaremos alguna que otra CL. Y es que, pese a que en esta década, como ya hemos comentado, el Barcelona ha hecho de la excepcionalidad casi una rutina, las vejaciones al rival se disfrutan más porque vienen aderezadas del sufrimiento ajeno, verdadero germen del regocijo propio en las personas que presuponen una cierta altura moral.

Esto, que no es más que un simple razonamiento, será más o menos compartido por la medianía del aficionado medio. Sin embargo, existe una verdad absoluta en todo este asunto. La única verdad, intangible e innegable, es que la última situación similar que se produjo en sentido opuesto acaeció hace ya casi un cuarto de siglo. Por lo tanto, es imposible que cualquier madridista de dios, tenga las privameras que tenga, sepa qué se siente en estos casos. Porque, o bien ni lo ha vivido, o lo vivió hace tanto tiempo que ya no sabe lo que es. Y no estamos aquí para recordarle a nadie que el mundo es un lugar injusto donde las suertes no se reparten con homogeneidad y democracia. A cada cual le toca lo que le toca. Y si el mundo lo que te ofrece es cargar con semejante bochorno con la misma frecuencia que se celebra la bienal de Venecia, tendrás que agachar la cabeza cuando le pongan un micrófono delante al infeliz de nuestro querido Niño Rata. Porque lo contrario no lo conoces. Ni tienes idea ni estás cerca de tenerla. 

XI: Ter Stegen; Roberto, Piqué, Lenglet, Jordi Alba; Busquets, Rakitic, Arthur; Coutinho, Suárez, Rafinha.
Goles: Coutinho, Suárez, Suárez, Suárez, Arturo Vidal.

viernes, 22 de junio de 2018

La vida es sufrimiento


Argentina tiene pie y medio fuera de la Copa del Mundo tras la decepcionante derrota de anoche ante Croacia. En una primera parte bastante igualada, Enzo Pérez nos volvió a regalar otro fallo de los que claman al cielo al errar un disparo a portería vacía. Una acción para sumar a la lista de calamidades erradas en momentos clave: los fallos de Higuaín y Palacio en la final de 2014 y las cargadas del propio Higuaín en las finales de la CA 2015 y 2016. Ya en la segunda, la tropelía de Willy Caballero sentenció a un seleccionado que aterrizó en Rusia con la espada de Damocles sobre su cabeza.

Pero la situación de la albiceleste no se explica con un partido, dos o tres. Se explica entendiendo un contexto y analizando una situación que viene de largo.

Es imposible explicar la relación de Messi, la albiceleste y Argentina como país (con la idiosincrasia del aficionado más exigente, pasional e ilógico del mundo) de una sentada; pero sí contextualizarla. Messi ha cargado con el peso de un Maradona al que el aficionado otorgó halo de individualismo en la victoria que nunca existió. Messi nunca, nunca podría haber igualado a Maradona aunque hubiera ganado todos los mundiales y CA posibles. ¿Por qué? Pues porque la historia de Maradona tiene todos los ingredientes de la mejor novela posible. Cuenta con el romanticismo y la épica de lo que se dio en el momento y lugar exacto. Maradona fue una de las personalidades del siglo XX, un político vestido de futbolista. Maradona no se entiende sin un video en sepia dándole toques a un balón de mierda mientras su hermano dice que es un marciano. Sin la fotogenia del pelo afro y el pecho afuera. Sin la historia de superación del pibe que salió de una villa miseria y triunfó en uno de los grandes de Bs As antes de marcharse a Europa. Sin la doble venganza ante los ingleses con todo un país recordando a los muertos en las Malvinas: el mejor gol de la historia y una pillería aderezada con una frase a la altura de la gesta, “la mano de Dios”. No se entiende sin su paso por Nápoles, la ciudad más argento de Europa, con sus scudettos, su copa uefa y la liga que amañó con la camorra. Su relación con el clan Giuliano, los camorristas más poderosos del centro histórico de Forcella. Sin su caída al inframundo de las drogas. No se entiende sin su insulto a todo un estadio por pitar el himno de su país. Sin un entorno y representantes que lo exprimieron hasta decir basta. Sin su relación con los líderes socialistas sudamericanos. Sin su rebeldía y autoridad para ser la voz de las personas sin voz y enfrentarse al que hiciera falta. Es la historia del que conquistó el mundo desde un villorrio de Buenos Aires. Y esa historia es un relato irrepetible donde millones de argentinos se identifican y fascinan con ella. Messi, sin embargo, es un “chamuyo”, un murmullo sin eco que escuchan desde la lejanía. Un pibe que emigró antes de asimilar una cultura que no permiten que sea suya. Una estrella europea que cada par de meses viene del primer mundo al cono sur para representar a los que no quieren que les represente un extraño. El hincha argentino hizo suyos todos los logros de Maradona. Ante Messi, sin embargo, la inmensa mayoría sintió rechazo hasta 2013.

Sin embargo, la historia de Leo con la albiceleste es resiliencia pura. Una historia de caer y levantarse. De aprender a sobrellevar el fracaso. De convivir con la derrota y volver para llegar cada vez más lejos. En Brasil, Messi llegó con 13 lesiones musculares en 15 meses y el peor estado de forma de su carrera. Aun así, Alejandro Sabella reseteó mentalmente a la generación del oro olímpico. Argentina aterrizó en Río de Janeiro siendo un bloque compacto y seguro. Un colectivo que resistió a la lesión de Di María, la fatalidad del Kun y que perdió una final en la prórroga tras perdonar dos ocasiones imperdonables. Partido donde Messi, por cierto, jugó una muy buena final. Lo mataron. En 2015, Argentina perdió la final en penales contra Chile, final que el 10 jugó mal. Lo mataron otra vez. En 2016, tras una CA espectacular, y una final donde jugó uno de sus mejores partidos con el combinado (esta vez con 10 por expulsión de Rojo), volvieron a perder en penales. Y lo volvieron a matar. Esta vez, renunció: “Se terminó para mí la selección. No es para mí. Lamentablemente lo busqué, era lo que más deseaba y no se dio”. La Argentina sin Messi quedó a un paso de perderse el mundial en el clasificatorio. 7 puntos de 28. Volvío el 10, la clasificó y aterrizó en Rusia. Pero la selección había cambiado.

Fin de ciclo.

David León, aficionado, analista y estudioso del virtuoso ciclo argentino de la última década, apunta con bastante acierto que éste acabó en la final de la CA 2016. Que el grupo está muerto psicológicamente y vive una situación de bloqueo mental que sumado a la extrema exigencia del hincha argentino los asfixia y ahoga. Que Argentina no es una selección con sus jugadores, historia y contexto, es un grupo de personas que sufren. Y yo lo veo así. Fue a más, y antes de Rusia escribió: “Tarde o temprano, como es normal, llegará un error de Higuaín en el Mundial, un momento de auténtica dificultad para Argentina. Un gol abajo, algo. Y entonces será muy difícil que este grupo tan castigado pueda lidiar con la tensión y no explote.A todos nos viene a la cabeza el error de Caballero y nos encajan las piezas. Las piezas del puzzle que a muchos les cuesta comprender.


Volviendo a la noche de ayer, vemos que hay dos partidos. Un antes y un después de la pifia de Caballero. Argentina, que era un Frankenstein al que había Messi recompuesto una y mil veces, estalló a ojos de todo el mundo. Estalló por todo lo que ha venido pasando y se ha venido diciendo. Estalló porque, pese a todo lo relatado y vivido, no encontró en Sampaoli el oasis que venía buscando. Quizás lo tuvo en Martino, pero la AFA, que desde la muerte de Grondona es un desgobierno a manos de Tapia y Angelici (horteras con pintas de proxenetas que han terminado de rematar una estructura ya deteriorada) lo sacaron por Bauzá. Y a éste por Sampaoli. Y el pelado no ha podido lidiar con la presión. No gestionó el grupo. Traicionó sus convicciones y, alegando que aspiraba a constituir un grupo más técnico para rodear a Messi de gente capaz de devolverle un balón, alineó a los más rocosos. No fue capaz de sentar a un arquero sin un ápice de grandeza que había debutado con el seleccionado en marzo pese a que todo el mundo le pedía a Armani. Insultó, víctima de la impotencia, a un jugador croata; proyectando sobre sus jugadores un clima de inseguridad y desespero. Sampaoli ha sido todo lo contrario no ya a la solución de un problema en concreto, sino a un simple parcheo. Ni una fisura tapó en un barco que tenía mil fugas y estaba partido en dos. Guardiola dio en 2011, tras ganar la Copa de Europa, la clave de Messi: hacerle feliz, rodearle bien. Que se divirtiese. Argentina nunca ha sabido crearse ese ecosistema y ha rendido. En el Barcelona se lo están desmantelando poco a poco. La noche de Messi, ante Modric y Rakitic, ante sus compañeros, solo como nunca, evidenció un 10 agotado, aburrido, cariacontecido, desanimado. Un 10 aburrido de tenerlo que hacer todo él. Todo es todo. Messi nunca ha pedido más a sus compañeros. Lo que no se entiende, es que sus compañeros cada vez le den menos. La acción de Caballero no es un fallo, no es un descuido. Es una falta de respeto al trabajo, una desconsideración, una falta de concentración imperdonable. Un no saber donde estás. El fallo de Caballero fue el detonante de anoche. Pero a Caballero lo puso el que lo puso.  

Quizás la historia de Messi con Argentina es algo que no puede salir bien. Quizás la vida, que es sufrimiento, no permite a Messi un respiro con su selección para recordarnos a todos que es mortal. Quizás, de todos los jugadores de fútbol de la historia, no haya otro que se merezca más este premio que él. Pero él, que ya ganó todo a nivel de clubs y lo demostró mil veces, no pueda ganarlo por más que lo intente. Quizás no tenga mayor explicación: “no se dio”, dijo él mismo. No importa que Pelé ganase un mundial con 18 años despojándose de toda presión. No importa que a Maradona le metieran en el 86 Burruchaga y Valdano las que no le metieron Palacio e Higuaín en 2014. Nada de esto importa. La historia de Messi con Argentina podría haber sido muy diferente de haber ganado en Maracaná. Messi muy probablemente tendría un mundial y dos copas América. Sin embargo, nunca iba a poder igualar a Maradona en el imaginario colectivo argentino porque a la historia de Messi le faltaba relato. No importa. Lo que sí cuenta es que Messi, con una selección donde los jugadores se despojan del nivel y prestigio con el que cuentan en sus clubes y cargan con una presión extrema sobre sus hombros, estuvo a una prórroga y dos tantas de penales de igualar la gesta de la selección española 2008-2012. Mundial y dos trofeos continentales. Sin Xavi, sin Iniesta, sin Villa, sin Ramos, sin Piqué. Sin Casillas. Sin Alonso. Messi, casi solo, ha rozado la gloria de la mayor machada de la historia de las selecciones. Ha hecho algo que no ha hecho nadie. Por eso la historia de Messi con Argentina es una hazaña que supera con creces la gesta de Messi en Barcelona. Club que ha pasado de una Copa de Europa a cinco y es hoy día el equipo con más títulos del mundo gracias a él. La vida, sin embargo, no ha querido premiar esta hazaña para recordarnos, ni más ni menos, que el mundo no es perfecto.

lunes, 30 de abril de 2018

Messi con Valverde


Deportivo 2-4 FC Barcelona. Liga, jornada 34.

Precioso homenaje del club al AS Roma con otra camiseta para el olvido

Tras la gran actuación de la pasada semana en la final de Copa, el FCB puso el broche a la temporada 17/18 con el logro de la liga más cómoda de las últimas 7 conseguidas en una década gloriosa; lo que es una salvajada. Pero no ha convertido el Barcelona la liga española en la Bundesliga con nada. Lo ha conseguido, de hecho, a lomos del indiscutido (sólo lo discuten los cuatro bandarras a sueldo del terrorista ecológico con despacho en Concha Espina) mejor jugador de la historia. Sin embargo, el aficionado culé termina el año con una sensación agridulce. Consecuencia tanto de la exigencia de una afición con un paladar muy superior a todos los demás y los lúgubres derroteros por los que Valverde ha llevado al equipo.

La pretemporada comenzó con otro esperpéntico verano ofrecido por la “Junta de las Vanidades y Destrozos Deportivos SA”, donde pudimos deleitarnos con el circo de Fracasinho y la vuelta de tuerca de Endeblé, fichado a precio de balón de oro para luego reclamarle un trato como prometedor juvenil en ciernes. Tras una Supercopa un tanto extraña, la pesadumbre se apoderó de Can Barça y ahí Valverde, ya veremos si para bien o para mal, cogió su fusil.

La consecuencia, la vuelta a las cavernas: el 4-4-2, bloque bajo y ritmo lento, con el de siempre dirigiendo la orquesta y Luisito percutiendo en cuanto se lo permitió su rodilla. Entre medias, el sorpresivo inicio de temporada de Paulinho (matame camión) y las constantes recaídas y costipados de Endeblé. El resultado, una liga con un récord impoluto de imbatibilidad, la solvencia en los duelos directos contra los rivales de más postín y la violación en grupo que recibieron los cavernícolas en el Santiago Bernabéu como aguinaldo. Una liga resuelta en diciembre con un equipo que, solidez defensiva aparte, le volvía a dar muy poquito a Leo Messi en ataque. El argentino ha vuelto a tener que hacer de todo (extremo, delantero, mediapunta y centrocampista) en un equipo que sin su presencia iba, con total certeza, a salir goleado del Sánchez Pizjuán. Lo que pone en relieve muchas, muchas cositas.

Sin embargo, esta nueva dinámica de este nuevo Barsa no ha traido sólo alegrías. En Europa, tras un prometedor comienzo "vengándose" de la Juve y solventando una muy buena eliminatoria contra el Chelsea, el equipo volvió a naufragar fuera de casa. En esta ocasión, la tercera consecutiva, recibiendo un varapalo en cuartos tras salir a defender un 4-1 de ventaja contra la Roma de Monchi, lo que es para descojonarse y empezar a depurar responsabilidades, pero en la planta noble, donde tienen que rodar de verdad las cabezas. Porque el denominador común de estas debacles (con Valverde, con Lucho Enríquez, con el Tata Martirio) es siempre la directiva.

Quizás la explicación resida donde siempre. El FCB sigue con un presidente con la misma capacidad de liderazgo que un pez globo y que continúa rodeado de la misma junta de incapaces de los últimos años. No por nada su lema en las elecciones que condenaron
al club en 2015 fue “Trident y Triplet”. Digno eslogan de un auténtico subnormal. Este año, otra decisión suya volvió a enfangar el club: la designación como responsable de la parcela deportiva de Pep Segura, un tipejo cuyo historial se circunscribe a ser la sombra de Rafa Benítez y Serra Ferrer, lo que es para echarse a llorar. Esta lumbrera, ante la problemática de un club que ganaba Copas de Europa como churros a partir de un centro del campo que se fue dejando marchitar poco a poco, respondió fichando músculo, denigrando la esencia de lo que hizo siempre grande al club, que fueron los jugadores con capacidad de asociación mediante triangulaciones diabólicas y mucha cabeza, sin importar la altura o cualidad física.  

Sin embargo, en un mundo donde casi nada es justo, el deporte parece equilibrar responsabilidades. No por nada un socio que sigue llevando en volandas a una junta y cuerpo técnicos de semejante calaña no se podía merecer menos. La enésima humillación europea es un castigo demasiado severo para unos Messi y compañía que tienen que cargar con el lastre de esta directiva, pero es un plato que debe servirse bien frío al socio que está permitiendo estos atropellos en el club año tras año. Y que un Madrid que sólo ha podido levantar dos ligas en estos últimos diez años vaya camino de la cuarta Copa de Europa en cinco teniendo el Barcelona a un Messi que tiraniza cada competición donde se cruzan no es que sea un crimen de lesa humanidad; es lo que se merece el socio y directivas de un club que lo tenía todo y quiso, por su bajeza moral, envidia y cortedad de miras, copiar el puto modelo del rival porque no soportaban que los que triunfaran con el modelo de Cruyff no los tragasen a ellos. Y es por eso que esa gentuza se merece esto y más.

En resumen, el FCB ha vuelto a ser el equipo más sólido de Europa contando con una plantilla con un relleno completamente contracultural y antagónico con el núcleo duro pero que ha resultado en aplastante dominio de las dos competiciones nacionales, donde campan dos de los equipos más temidos del continente. Pero la enésima "relajación" europea apeó al club otra vez de una competición europea que, pese a que su nivel y exigencia vayan por otros derroteros, tiene un brillo que no se encuentra en casa. 

XI: Ter Stegen; Semedo, Pique, Umtiti, Jordi Alba; Busquets, Rakitic, Coutinho; Endeblé, Suárez, Messi.

Goles: Coutinho, Messi, Messi, Messi.


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