sábado, 16 de junio de 2012

Gracias Pep




El método de Guardiola no se entiende sin su pasado como jugador, el aprendizaje al lado de un maestro genial como Johan Cruyff, su rol de organizador de un equipo revolucionario como el Dream Team, la salida hacia un fútbol distinto, táctico y complicado como el italiano y los suplicios tras la acusación por dopaje. Tampoco sin su preparación y el camino recorrido para ser entrenador. Los viajes y las largas conversaciones con Sacchi, Menotti y Bielsa como experiencias muy marcadas.

Tras llegar sin mucho ruido. A su clarividencia no le faltó tino al pedir que nos abrochásemos el cinturón. El cuatro nos ha regalado los mejores años a los aficionados de un club demasiado acostumbrados a los vaivenes, no así a las salidas de ruta porque siempre mantuvimos el camino. Ese camino que Guardiola trazó a base de recuperar huellas perdidas. Guardiola nos ha convertido en unos “gourmets”. Nos ha malacostumbrado durante tanto tiempo a la excelencia que nos sentimos fanatizados hasta tal punto de desvirtualizar las profanas representaciones futbolísticas que se alejan mínimamente del sacro rito que ofician los nuestros. Creando un engranaje de precisión maquinal y disfrutando, para su propio deleite, de jugadas que el ahora maestro imaginó en horas muertas de despacho. Mientras unos le acusaban de falsa modestia, otros nos vanagloriábamos de haber convertido lo predecible en imparable. Cuatro años donde no ha habido un sólo partido en el que cualquier rival nos haya quitado el balón.

Semejantes obras de arte dependen también de la calidad y ambición de ayudantes y aprendices y por ahí Guardiola veía que la mesa podría quedarse coja. Paradójicamente renuncia tras acusar lo que veía temiendo de los jugadores, la falta de ambición. Sabedor de que el tiempo de los genios no es eterno, Guardiola ha preferido terminar ahora para escapar de los delirios de un tiempo que suele hacer estragos con el talento. Antes de que la perfección deje paso al barroquismo, Guardiola ha salido por la puerta al mínimo brote manierista. La última alineación en el último clásico del Estadi delata extraños experimentos que se alejan del método al que nos tenía acostumbrados. El sueño de la razón produce monstruos y Pep ha preferido irse al primer indicio de fatiga.

Asumida la realidad, todos esperamos con ganas a que Tito pueda asumir la dirección de la mejor orquesta sin resentirse por el peso de una batuta que ha hecho historia. Estamos como locos por no quitarnos el cinturón mientras podamos disfrutar con la pelota como hemos hecho hasta ahora. El tiempo dirá si la realidad es tozuda, a priori el nuevo capitán parece el más idóneo para capear el temporal que se avecina con las aguas revueltas de un entorno feo y agresivo que nunca se fue y rivales cuyo dedo acusador se muestra con dispares sutilezas, pero inconscientemente conviviremos con la sensación de que no volveremos a ver nada igual que este “equipo de autor”, el último y quizá mejor equipo que hayamos visto en nuestra vida.

Gracias Pep.
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