Empezó con un
momento extraño, casi mágico. Una de mis pocas cualidades es calibrar el estado de forma de mi equipo y, pese a que veníamos de una
época de lágrimas y penurias, en aquella noche, en ese gesto, intuí un imperio.
En su momento, claro está, no se le dio el eco que mereció semejante exhibición
como sí se la dieron a posteriores payasadas. Y aunque este
preámbulo solo sirva a priori para enmarcar temporalmente los hechos, resulta
paradójico su futura trascendencia. Para las propias ratas, claro.
El día que las
descubrí habían pasado unos pocos meses de lo acontecido. Mi padre y mi abuelo,
que sabían que yo culée desde siempre pese a sus respectivos pesares,
me llevaron a la Rosaleda A VER AL BARCELONA de Ronaldinho. Ya me habían
llevado a la ida de un partido histórico en el Calderón donde, para
mi desgracia, faltó mi ídolo Ronaldo por motivos que ahora
desconozco. No sé qué extraño duende me perseguía por entonces pero, aquella
noche, Ronaldinho tampoco pisó Málaga. Mal comienzo. El caso es que la Rosaleda
no empezó siendo una fiesta. Incluso había muchas camisetas del amigo Ronaldinho. Durante el preámbulo el ambiente se llenó de poco optimistas frases
como “yo soy de los dos equipos, o sea que hoy no pierdo” o, “si gana el Málaga
perfecto, pero como sea el barza no me voy triste tampoco”. Yo no entendía a
aquellas gentes. En mi cabeza, que siempre desfrutó de una niñez con Canal
Plus, revistas y fútbol internacional, cabían todas las simpatías para los
equipos extranjeros pero nunca sentí empatía alguna por otro equipo de la Liga
española. Pero parecía que estos le daban a todo, carne y pescado. El partido acabó
en una goleada histórica para el malaguismo. Aquello, que parecía el
Monumental, se vació de repente de barcelonistas y no vi una camiseta del Barsa más. Eso se convirtió en una fiesta. suerte que yo nunca fui de mucha bronca en las derrotas. El fútbol es el deporte que más
oportunidades te da y aquella noche era más importante para ellos que para el
propio Barsa. Quedé más extrañado en realidad con el comportamiento sociológico deportivo de aquellos extraños. ¿Cómo coño eran de dos equipos? Y, más aún, ¿donde se guardaron las camisetas de Ronaldinho?
Huelga decir
que con los años aprendí a convivir con ellos. Los éxitos y desgracias de ambos
equipos (salvando las distancias) hicieron que se descubrieran cada dos por
tres. Charlatanes y tránsfugas sin vergüenza ni decencia. Con los años se
fueron multiplicando y, hoy día, está práctica ha pasado de ser algo contracultural
a un hecho corriente y aceptado socialmente. Es otra desgracia del costumbrismo del mundo moderno a la que debemos habituarnos.
En otra, hace un par de
meses, estaba yo con mi amigo Walrus en un bar. Veníamos de jugar y recibir una soberana paliza, un repaso de locura. Y nos fuimos al bar cercano a
terminar de ver al puto PSG contra mi amigo Mourinho. Mira cómo vi que podía ponerse el partido que no importó sentarme cerca de dos horteras que hablaban de fútbol. No
hay una cosa que me ponga más nervioso que un macarra hablando de fútbol en un bar, es la
hostia. Y yo siempre guardé facilidades para el trato fácil y cordial, pero escúchame
que paradójicamente, lo último que me apetecía en aquella terraza era ponerme a hablar de fútbol con nadie que no
fuera mi amigo Charlie. En estas, mi iluso compañero, con anhelos sociales y de charlas amigables, empezó a hablar con el elemento sentado justo a mi espalda.
Que si qué vergüenza el Madrid con el Schalke, que si casi se eliminan y una retahíla
de banalidades y de sinsentidos que no me importaban lo más mínimo. Entonces lo
dijo, la soltó. Así, sin avisar. La rata desacomplejada que tenía en el cogote
soltó sin ningún reparo:
-Yo soy del
Malaga y del Barsa. Antes del Malaga, pero de los dos, eh.
La jodimos.
El pavo no
tenía reparo alguno. No era tampoco un verdulero, un gritón de estos que les
gusta de hacerse escuchar. La soltó a media voz y lo dijo porque era la verdad
y porque en su compleja cabeza estaba bien visto. No tenía vergüenza, el tío. Yo
me giré, lo miré como el que mira qué sé yo, no sé decirte si lo miré con con incredulidad, suficiencia o asombro. No sabría decirlo. Y, evidentemente, ni le dirigí media palabra. La cosa es que no se necesita un
detector de ratas, ya se descubren solas. Es algo aceptado hoy día. El hecho de que unos vendepatrias que le afanaron la gracia al deporte vayan cambiándose de
equipo como de camisa así, sin más, no está ya ni mal visto. ¿Qué sienten esta
gente? ¿El cambiacapas nace o se hace? Interrogantes que me superan, ya te digo que no
sabría decirte. Convives con ellos, pero no los descifras. Pero no jodas... La falta de idiosincrasia y la ambigüedad deportiva con
la que se mueven por el mundo desconcierta a cualquier hincha random de un
equipo cualquiera. ¿Cómo cojones pueden ser de dos equipos estos tarados?
Yo te digo una
cosa, yo hoy voy con todas las consecuencias, o me río de todo cristo o me
parten la cara sin más. Con UN equipo vas hasta el final. Las
medias tintas, el politiqueo y el buen talante te lo guardas cuando hables con
tus allegados de política, o la dejas para tu cuñado en las cenas de navidad. Hoy, la gente de bien, ganemos o
perdamos, lo hacemos nosotros. Los que bancamos de verdad y no nos escondimos
nunca. Los demás, las ratas de turno, supongo que lo sentirán a medias. Y no
puedo ni imaginarme la desgracia que eso supone.
PD Como apunte sociológico, he de decir que el haber pasado los mejores años en Madrid capital del mundo me ha evitado numerosos y desagradables encontronazos con esta fauna. Puede que en todos estos años me haya cruzado (sin saberlo) con dos, a lo sumo tres ratas. Y es que el costumbrismo de algunas ciudades de provincia es algo con lo que todos debemos convivir. El hombre es un ser en sociedad, pero debemos marcar ciertos límites.
PD Como apunte sociológico, he de decir que el haber pasado los mejores años en Madrid capital del mundo me ha evitado numerosos y desagradables encontronazos con esta fauna. Puede que en todos estos años me haya cruzado (sin saberlo) con dos, a lo sumo tres ratas. Y es que el costumbrismo de algunas ciudades de provincia es algo con lo que todos debemos convivir. El hombre es un ser en sociedad, pero debemos marcar ciertos límites.