viernes, 5 de junio de 2015

Va por ti, rata

Empezó con un momento extraño, casi mágico. Una de mis pocas cualidades es calibrar el estado de forma de mi equipo y, pese a que veníamos de una época de lágrimas y penurias, en aquella noche, en ese gesto, intuí un imperio. En su momento, claro está, no se le dio el eco que mereció semejante exhibición como sí se la dieron a posteriores payasadas. Y aunque este preámbulo solo sirva a priori para enmarcar temporalmente los hechos, resulta paradójico su futura trascendencia. Para las propias ratas, claro.

El día que las descubrí habían pasado unos pocos meses de lo acontecido. Mi padre y mi abuelo, que sabían que yo culée desde siempre pese a sus respectivos pesares, me llevaron a la Rosaleda A VER AL BARCELONA de Ronaldinho. Ya me habían llevado a la ida de un partido histórico en el Calderón donde, para mi desgracia, faltó mi ídolo Ronaldo por motivos que ahora desconozco. No sé qué extraño duende me perseguía por entonces pero, aquella noche, Ronaldinho tampoco pisó Málaga. Mal comienzo. El caso es que la Rosaleda no empezó siendo una fiesta. Incluso había muchas camisetas del amigo Ronaldinho. Durante el preámbulo el ambiente se llenó de poco optimistas frases como “yo soy de los dos equipos, o sea que hoy no pierdo” o, “si gana el Málaga perfecto, pero como sea el barza no me voy triste tampoco”. Yo no entendía a aquellas gentes. En mi cabeza, que siempre desfrutó de una niñez con Canal Plus, revistas y fútbol internacional, cabían todas las simpatías para los equipos extranjeros pero nunca sentí empatía alguna por otro equipo de la Liga española. Pero parecía que estos le daban a todo, carne y pescado. El partido acabó en una goleada histórica para el malaguismo. Aquello, que parecía el Monumental, se vació de repente de barcelonistas y no vi una camiseta del Barsa más. Eso se convirtió en una fiesta. suerte que yo nunca fui de mucha bronca en las derrotas. El fútbol es el deporte que más oportunidades te da y aquella noche era más importante para ellos que para el propio Barsa. Quedé más extrañado en realidad con el comportamiento sociológico deportivo  de aquellos extraños. ¿Cómo coño eran de dos equipos? Y, más aún, ¿donde se guardaron las camisetas de Ronaldinho?

Huelga decir que con los años aprendí a convivir con ellos. Los éxitos y desgracias de ambos equipos (salvando las distancias) hicieron que se descubrieran cada dos por tres. Charlatanes y tránsfugas sin vergüenza ni decencia. Con los años se fueron multiplicando y, hoy día, está práctica ha pasado de ser algo contracultural a un hecho corriente y aceptado socialmente. Es otra desgracia del costumbrismo del mundo moderno a la que debemos habituarnos. 

En otra, hace un par de meses, estaba yo con mi amigo Walrus en un bar. Veníamos de jugar y recibir una soberana paliza, un repaso de locura. Y nos fuimos al bar cercano a terminar de ver al puto PSG contra mi amigo Mourinho. Mira cómo vi que podía ponerse el partido que no importó sentarme cerca de dos horteras que hablaban de fútbol. No hay una cosa que me ponga más nervioso que un macarra hablando de fútbol en un bar, es la hostia. Y yo siempre guardé facilidades para el trato fácil y cordial, pero escúchame que paradójicamente, lo último que me apetecía en aquella terraza era ponerme a hablar de fútbol con nadie que no fuera mi amigo Charlie. En estas, mi iluso compañero, con anhelos sociales y de charlas amigables, empezó a hablar con el elemento sentado justo a mi espalda. Que si qué vergüenza el Madrid con el Schalke, que si casi se eliminan y una retahíla de banalidades y de sinsentidos que no me importaban lo más mínimo. Entonces lo dijo, la soltó. Así, sin avisar. La rata desacomplejada que tenía en el cogote soltó sin ningún reparo:

-Yo soy del Malaga y del Barsa. Antes del Malaga, pero de los dos, eh.

La jodimos.

El pavo no tenía reparo alguno. No era tampoco un verdulero, un gritón de estos que les gusta de hacerse escuchar. La soltó a media voz y lo dijo porque era la verdad y porque en su compleja cabeza estaba bien visto. No tenía vergüenza, el tío. Yo me giré, lo miré como el que mira qué sé yo, no sé decirte si lo miré con con incredulidad, suficiencia o asombro. No sabría decirlo. Y, evidentemente, ni le dirigí media palabra. La cosa es que no se necesita un detector de ratas, ya se descubren solas. Es algo aceptado hoy día. El hecho de que unos vendepatrias que le afanaron la gracia al deporte vayan cambiándose de equipo como de camisa así, sin más, no está ya ni mal visto. ¿Qué sienten esta gente? ¿El cambiacapas nace o se hace? Interrogantes que me superan, ya te digo que no sabría decirte. Convives con ellos, pero no los descifras. Pero no jodas... La falta de idiosincrasia y la ambigüedad deportiva con la que se mueven por el mundo desconcierta a cualquier hincha random de un equipo cualquiera. ¿Cómo cojones pueden ser de dos equipos estos tarados?

Yo te digo una cosa, yo hoy voy con todas las consecuencias, o me río de todo cristo o me parten la cara sin más. Con UN equipo vas hasta el final. Las medias tintas, el politiqueo y el buen talante te lo guardas cuando hables con tus allegados de política, o la dejas para tu cuñado en las cenas de navidad. Hoy, la gente de bien, ganemos o perdamos, lo hacemos nosotros. Los que bancamos de verdad y no nos escondimos nunca. Los demás, las ratas de turno, supongo que lo sentirán a medias. Y no puedo ni imaginarme la desgracia que eso supone. 

PD Como apunte sociológico, he de decir que el haber pasado los mejores años en Madrid capital del mundo me ha evitado numerosos y desagradables encontronazos con esta fauna. Puede que en todos estos años me haya cruzado (sin saberlo) con dos, a lo sumo tres ratas. Y es que el costumbrismo de algunas ciudades de provincia es algo con lo que todos debemos convivir. El hombre es un ser en sociedad, pero debemos marcar ciertos límites. 

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