Tras los
aparentemente inocuos dibujos de los entrenadores en el exordio de las
alineaciones, un Madrid con más músculo que talento se lanzó a la caza de un
City demasiado fiel a las costumbres de su medroso entrenador. La batalla del
trivote madridista contra el doble pivote + 1 mancunian dejaba a Yayá Touré demasiado
sólo en la elaboración y el toque de los medios. Acorralado el City, las
embestidas del Madrid siempre topaban con la inoperancia de Higuaín o la mano
salvadora de Hart.
Demasiado
sólo Tévez, la salida de un ovacionado Silva por Dzeko corrigió el desamparo
sufrido por el Apache. La entrada de Ozil y Benzema aventuraba finura,
creatividad y orden en el ataque estático. El partido pedía goles a gritos y el
primer golpe, contra todo pronóstico para los que no conozcan al equipo de
Manchester, lo asestaron los blues gracias a una cabalgada de Touré. Si bién en
su asistencia a Dzeko el Bernabéu se le quedó pequeño, lo mismo le pasó con la
portería cuando pudo sentenciar el partido con el segundo gol en una ocasión
que mandó al lateral de la red. En Champions, y más aún en Chamartín, la indulgencia es un juego traicionero. Marcelo y la fortuna, o el muslo de Javi García,
desviaron el gol hacia la escuadra visitante. El intercambio de golpes continuó
con los goles de Kolarov, otra fatídica acción a balón parado, la quimera
madridista; y un reivindicativo Benzema que puso al Bernabéu en pie. El gol de
Cristiano, al filo del descuento, sentenció la partida para deleite del
público.
Vibrante y
emocionante choque que despierta dispares lecturas. Lo inconmesurable del City
como rival visitante puede florecer precipitados frenesís en el seno
madridista. Partidos locos y apasionantes que borbotean emociones sin espacio
para la reflexión. El monocorde planteamiento de Mourinho desnuda carencias en
la creación y excesivas prisas que resultarán peligrosas contra rivales con más
iniciativa. La catarsis personal del General Manager le otorga una provisional
calma tras la sedición del madridismo este mes de desgracias y tempranas ligas
“quasi” perdidas. Pero esta cadencia de vaivenes es un hábitat donde el
madridista, que pasa del derrotismo a la exaltación absoluta en segundos, se
encuentra muy cómodo.
Y ésto sólo era el primer partido.
Y ésto sólo era el primer partido.
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