martes, 19 de abril de 2011

El sueño de José (Mourinho) y Martín Girard

José la divisó a lo lejos, había salido de su casa victoriana, de unos cuantos millones de euros, y decidió que no habría mejor ocasión para refrescarse el gaznate. Un chico rubio, de pelo largo y lacio (como el suponía que le gustaban a su vecino de las afueras de Madrid) le abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja. Le saludó cortésmente, le preguntó como le iba todo, que era de Santander y ahora se encontraba a la deriva. Pero sin rencores. Mourinho entró, pensando que ese chaval estaba ido, en cualquier caso le sonaban esas maneras y esa forma de andar, pero pasó del botones y entró a por un trago.

Si pensaba entrar en una taberna tranquila, se había equivocado de pub. Mourinho, que era persona afable y querido entre sus allegados, reconoció a casi todo el personal. Ahora tendría que hacerse el simpático, una lata, pero debía guardar las formas puesto que no estaba en una rueda de prensa. Decidido a saludar al diablo, con pinta de ejecutivo de Telefónica y asiduo al palco madridista, algo distrajo su atención. Un dossier con membrete del Inter de Milán, firmado por Martin Girard y con una nota: para H.H.  Lo recogió del suelo y ojeó algunas páginas. Algo le contaron a orillas del lago Como sobre Helenio Herrera. Mourinho, lamentó no recordarlo maldiciendo por qué tendría la fea costumbre de pasarse por la piedra la historia de los sitios donde trabajaba. Indignado por el contenido, descubrió antiguos planes para romper defensas. ¡Era un ensayo anti-catennaccio! Estupefacto, miró a ambos lados, se aseguró que no le viesen y se escondió el informe dentro de la solapa. Sentíase como Jorge de Burgos, lo recordó de una película que una vez vio con su vecino un fin de semana de selecciones. Este documento guardaba un asombroso paralelismo con la película (y el libro que nunca leyó) y, como aquel libro de Aristóteles que hacía apología de la risa, no debía ver la luz. La plebe no podía tener conocimiento de estas herejías y pensó que la risa, como el fútbol fantasía, acabaría con el respeto, el miedo y el resultadismo. No estaba dispuesto a dejarlo correr.

Satisfecho con su descubrimiento, observó que un abuelete lo miraba con una sonrisilla burlona. No sabía José, que Gonzalo Suárez (firmante como Martín Girard) guardaba copias mecanografiadas del dossier, y se las había dado a su enemigo Pep, que era un declarado devorador de libros, amante de la risa (aunque no reía en público con asiduidad) y del fútbol fantasía. El ensayo estaba a salvo. Antes de llegar hacia el ejecutivo, observo como Granero y Pedro León ahogaban sus penas en unas jarras de cerveza que les había, entre consejos, dado Michael Robinson. Quién prometía a las figuras tiempos mejores con campos cortados al raso, además de minutos de gloria donde desplegar sus habilidades.

Mourinho dirigió una mirada malintencionada a la muerte, que bajo la túnica negra vestía calcetas azul y grana, y llamó a la rubicunda Doris que, sentada sobre el capitán Grasón, discutía con Gonzalo Suárez sobre el fútbol del Manchester United. A Mourinho esto le pareció una tontería como una casa. Sorbiendo la jarra que le sirvió la camarera, de golpe miró al televisor, donde antes de la previa del derby de Londres se sucedían unas imágenes que Mourinho nunca quiso ver. En la ciudad de la cultura los teatros estaban vacios, y la calle se llenaba de gente con barretinas que se pegaban, gritaban y saltaban. A Mourinho, que se temía lo peor, solo le faltó ver al enano de Rosario borracho, con un micrófono diciendo que el barcelonismo se merecía esto y más, y que la temporada no había terminado. José, desconcertado, recordó por qué estaba allí, y vio al campeón de copa disfrutando de su título.

Entre las risas de Michael y Martín Girard, las de la muerte consolando a Pedro León y Granero y la cara de póker del cántabro. Mourinho despertó de su sueño. Se encontraba en un cómodo sofá que había mandado instalar en su despacho (no fuera a ser que se sentase en el antiguo de Manuel, que ahora vivía en los suburbios del sur, pero eso era algo que no podía pasarle a él, ya se había encargado de que el público se enterase). Miró su reloj, aquel que le había regalado su presidente y respiró tranquilo. Todavía quedaba un día para la final de copa, por lo tanto, el demonio catalán, el amigo de los árbirtros, esos malditos conspiradores, no había ganado nada. Por no haber no había ganado ni la liga.

Raudo y veloz, sabedor que de tenía tiempo suficiente para preparar el choque del día siguiente, corrió hacia el campo de entrenamiento. Sabedor de que las cámaras no tenían cabida en sus entrenamientos (como su amigo Pedro León) instruyó a su segundo. Karanka era un vasco afligido al que nadie reconoció ningún mérito en ser partícipe de las últimas tres copas de Europa blancas. Orgulloso y fiel a su amo, por un día dejaría de ser el correveidile del vestuario. No importaba que el preparador de porteros y el fisio se descojonaran y rieran de él, podrían mofarse todo lo que querían, hoy sería el jefe del entrenamiento. "Nada de ataques estáticos", dijo Mou. "Cerrojo y contragolpe, ¡ah!, y dile a Ozil que deje de ensayar saques de falta".

Con el trabajo bien hecho, una última carrera hacia la sala de presa para terminar los deberes, no sin antes recordarle al de seguritas que había que darle de comer a las bestias, pero no cualquier cosa, Pepe debía estar a tope para el día siguiente. En la rueda de prensa esperaban Inda y Relaño. Otro director de periódicos, del que se comentaba su afición a los tutús y era tocayo del murciano León, dirigía las preguntas. José respondió a las mismas de los directores de periódicos deportivos y, satisfecho de haber ganado una batalla más, rodeado siempre de gente importante se encontró con Alonso para que le llevase a casa en su Ferrari, regalo del ruso. Fernando le recordó lo importante que era el choque, pero Mourinho pidió silencio, quería estar tranquilo la víspera de la final. Sus planes se truncaron cuando, a puertas de su casa en las afueras de Madrid, esperaba su vecino. El arquitecto con pinta de bujarra y fular multicolor, asiduo a los programas de casas de lujo en cadenas supuestamente progresistas, le esperaba con una sonrisa de oreja a oreja, y le dijo que por qué no entraban y veían “Casablanca” juntos.



PD Para entender esta pequeña historia ambientada en los escenarios surrealistas de Martín Girard, habría que conocer los artículos del mismo en El Pais. Del que me gustaría copiar un estracto de su escrito de hoy: “Primer Round”.
“Antes de que el partido comenzara, el hijo de la mujer invisible manifestó la conveniencia de que un determinado jugador pateara la cabeza de otro para quitarlo de en medio en las venideras confrontaciones. Hasta La Muerte se sonrojó. Y el Diablo, que era del Madrid como Dios, con su pezuña zurda, propinó una coz en la boca del malediciente niño. "Las maldades deben impartirse con disimulo y señorío", sentenció. Ilustrando el aserto, el balón empezó a rodar sobre una hierba seca y crecida…”

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