lunes, 18 de abril de 2011

Fin del Acto I

La credibilidad de Mourinho tras la eliminación del Barcelona en la Champions del año pasado blindó al técnico portugues del linchamiento público al que fueron sometidos Juande Ramos y Capello. Ambos tachados de conservadores, los dos tuvieron en sus respectivos clásicos más posesión que el rival y más tiros a puerta.

El día de la primera revancha tras el 5-0. Mourinho se aferró al planteamiento de equipo pequeño, asimilando además su papel victimista. El patatal propuesto en un campo que pretende ser un centro del fútbol mundial, donde la hierba se dejó crecer a propósito para dificultar la circulación del balón (menos fútbol), tampoco corrió en su contra. “El Barça ha jugado en campos peores”, “Mourinho es el mejor entrenador”, decían los merengues. El planteamiento táctico tampoco espoleó las esperanzas de ver un partido entretenido. El Barcelona cocinaba sus jugadas a fuego lento, con pausa, y se encontró con el planteamiento opuesto. EL contragolpe, de consumo rápido y comida basura, fast-food y las hamburguesas de a euro. El trivote, con tres jugadores de corte defensivo (incluido Pepe que es un reconvertido central), tampoco hizo mella en el aura del luso con respecto a su afición. Con el escenario trabado y las piezas dispuestas a no dejar jugar, el Barcelona se anotó otro récord de posesión. Un diez por ciento más que en el clásico de la manita. Demasiado para cualquier entrenador, no para el del Madrid.


El centro del partido fue, con permiso de Messi, Pepe. Redescubierto como pivote defensivo, sus cualidades y defectos se elevaron a la máxima potencia. Cortó y robo balones como casi tantas patadas repartió, lo que no le impidió ver siquiera una cartulina. La permisividad de Muñiz Fernandez alentó la rabia de un Pepe que se vio con licencia para repartir. Con todo, el Barcelona se pusó por delante. Albiol agarró por el cuello a Villa y Messi transformó el penalty. Con el rival en inferioridad de condiciones, el Barcelona no quiso matar el partido. El partido propuesto por los blancos, de balonazos al área y jugadas a balón parado (el único recurso de peligro del RM), generó, junto a la salida de Ozil, una serie de ocasiones que se remataron con el penalti inexistente sobre Marcelo, que lo celebró como un título.

Sin acomplejarse en su papel de equipo pequeño, el Madrid salió con la cara alta por el túnel de vestuarios, conscientes de que habían perdido la liga. Para los aficionados, el partido guarda un amargo regusto. No le gustó a nadie. Consecuencias del pobre planteamiento del técnico blanco. Pero en Chamartín las urgencias priman más que la historia, y el fin siempre justifica los medios. No importa ser el club más laureado de la historia, lo importante es ganarle al Barcelona. La cuestión es si, con este planteamiento, podrán plantarle cara a los culés (que parecían jugar a medio gas y estar con un ojo en el miércoles). La cosa parece complicada, en este juego suele triunfar la constancia frente a los chispazos, pero puede pasar de todo. Y parece que el guión no tiene pintar de cambiar. Esperemos que, como bién dice Mourinho, los árbitros se portan un poco mejor.

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