sábado, 26 de marzo de 2011

Las prisas de Fernando

Alonso, ese asturiano soso, saldrá quinto mañana en la primera carrera del campeonato del mundo de coches (o de automovilismo como les gusta llamarlo a los que entienden).


En un deporte, por así decirlo, que se resume en que un grupo de cerebritos se estrujen las neuronas para que los bólidos ganen un par de centésimas por vueltas para dar sesenta y pico a un circuito simplón y se den a lo sumo tres adelantamientos por carrera, a Fernando se le escapa poco a poco la capacidad para mantener el interés que levantó hace poco.
El español que consiguió que muchos, bombardeados por las campañas publicitarias de las grandes cadenas de televisión que vieron en éste un filón para las audiencias, madrugasen e incluso se saltasen la siesta del domingo para ver como daba vueltas sin gracia una y otra vez, lo tiró todo por la borda el día que cambio de equipo.

Como todos sabemos, corría para Renault cuando ganó dos campeonatos del mundo, se iba los domingos a pizzerías con sus mecánicos, le querían mucho tanto su jefe de equipo ultra bronceado y lo adoraban allí donde fuese. El sueño de Fernando era correr con Ferrari, pero las prisas pudieron con él. Para cualquier persona, donde ganar un campeonato con un equipo “pequeño” es mucho más bonito que con uno grande (la liga que ganó el Deportivo podríamos equipararla a quince ligas de cualquier grande), Fernando no supo esperar su momento y se largo a Inglaterra tentado por más pasta todavía de la que ya ganaba, y promesas de grandeza (si no es grandeza ganar con Renault, que me lo explique alguien).

El tiro le salió por la culata. Tras dos decepcionantes temporadas lo fichó, o mejor dicho lo salvó del agujero donde se metió, el equipo de sus sueños: Ferrari. Pero ya era tarde. Dos años, con carrera insólita al final de una temporada donde su compañero de equipo se equivocó de boton (game over), apagaron todo el interés que Alonso había despertado en España.

Alonso corre en Ferrari, pero ya no ríe. La gente no trasnocha para ver grandes premios, no se entusiasma con esos escasos adelantamientos, con esas salidas por la calle limpia, con ese vibrante safety car y esos momentos de tensión en los boxes donde antes se metía prisa desde las sobremesas domingueras, "¡cuidado con la manguera tio!", se han quedado en nada. Alonso lo tuvo todo, pero tras sacar a la gente del sueño que creó, él no sale de la pesadilla.  Mañana sale quinto, pero pocos van a madrugar para comprobarlo.

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